Al llegar al aeropuerto del Hierro se puede sentir la tranquilidad que nos aguarda. En la pista tan sólo un avión, el nuestro que acaba de aterrizar, y que saldrá en pocos minutos en su viaje de regreso. La terminal es un encanto, bastante grande y muy bien equipada para lo pequeña que es la isla. Afuera, algunos coches particulares, unos pocos taxis, y la guagua que nos llevará en nuestro recorrido por la isla junto al grupo de mayores del que formamos parte. Nos viene a dar la bienvenida nuestra guía local, Aranza, y junto a la guagua queda el chófer, Pedro, que diligentemente nos quita las maletas de las manos para colocarlas en el departamento correspondiente. El aeropuerto está junto al mar y la presencia de éste, con su olor a yodo inconfundible y sus aguas calmas, verdes o azules, nos acompañará por muy adentro que estemos en la isla.
Para empezar recorremos los puntos más cercanos conocidos como La Caleta y El Tamaduste. En La Caleta, lugar con poquitas casas, hay unas piscinas excelentes con agua salada y unas escaleras para poder descender si se desea darse un baño directamente en la mar. En Tamaduste, pequeño pueblo de vacaciones en el que venían a hospedarse los maestros que venían de otras islas durante el curso escolar y que es aprovechado por los herreños de la capital como lugar de veraneo, el mar penetra en una preciosa entrada y en él se mueven apaciblemente unas pocas barcas.
Por esta parte, muy cerca con dirección sur, podemos encontrar el puerto de La Estaca, Timirijaque (unas pocas casas junto al mar), y más abajo, aislado y besando las olas el Parador Nacional. En medio, un estupendo túnel de 950 metros, las playas, y el Roque de la Bonanza. La zona parece deshabitada. De vez en cuando pasa un coche con el ronroneo del motor que al pronto queda lejos y tan sólo se escucha el rumor del agua rompiendo contra las piedras. Esto, si como nosotros te aventuras a venir en la guagua pública, quedarte a medio camino y luego ir despacito recreándote en los veroles, cardones, tuneras y demás plantas de la zona costera mientras localizas el sitio idóneo para fotografiar con éxito el Roque de la Bonanza.
De la orilla del mar hasta las cumbres, una cuarta. Aquí se pasa de cero a seiscientos o más metros, en nada. Arriba los pinares; abajo el Parador. Alrededor, el silencio y la tranquilidad. Al parador nos vinimos a pasar unas horas con la intención de almorzar y nos permitieron estar y bañarnos en la piscina. Es sitio ideal para dejar atrás el estrés y las preocupaciones. Tanto que, mientras almorzábamos en la terraza con vistas al mar, unos delfines -no menos de treinta- pasaron majestuosos bien cerquita de la orilla.
P.S. Junto sin querer las impresiones del viaje en grupo y de cuando ya estábamos solos. Espero no liarme y no confundirte con ello; no es mi intención.
Te deseo un buen día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario