Hola a todos. Quienes me conocen saben que soy un ferviente enamorado de la Playa de las Canteras. Creo que esta playa es un regalo divino para la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, y por supuesto para sus habitantes y para quienes la visitan. Precisamente por ser algo que tengo en tanta estima no voy a atreverme a describirla, pues haría falta el arte que no tengo para hacerlo como merece. Además, de sus cualidades, de su situación y de su historia hay informes suficientes en internet y concretamente en la enciclopedia wikipedia. Lo que sí voy a decir es que acudo a ella con frecuencia, lo paso bien y creo que esta sensación de bienestar es compartida por todos los asiduos usuarios. Naturalmente que una enciclopedia por muy buena que sea es incapaz de hablar de sentimientos y por ello no podemos esperar que precise la tranquilidad que se siente en horas de la mañana en la playa, la exuberancia de las olas en marea alta -sobre todo en las mareas del Pino-, la placidez de la marea baja cuando queda al descubierto la barra y los lisos, la majestuosidad del atardecer con la puesta de sol despidiéndose de las cumbres de la isla y en ocasiones mostrándonos el Pico Teide en la hermana isla de Tenerife.
Realmente yo quería hablar de personajes de la playa porque aun cuando casi todos estamos en bañador, lo que nos unifica, cada cual presenta una particularidad que nos diferencia. Así podemos encontrar a quien se camina por la orilla sin descanso la playa varias veces con paso deportivo, a quienes van en grupo con paso más tranquilo y relajado cambiando opiniones, aquel padre o madre preocupado por sus retoños que todavía no sabe nadar, aquellos que llevan pan para dar de comer a los peces que vienen a sus manos por el Muro Marrero, a los jovencillos intentando coger pescaillos chicos y cangrejos... Hace unos pocos años una señora pasaba por la orilla con dos pelotas haciendo pasos de baile o de gimnasia, con unos auriculares en los oídos ajena a los comentarios de unos y otros, y mucho más atrás, desde hace muchos años, recuerdo el paso tranquilo y sereno de un hombre, que primero con su ruleta y después con una canastilla, vendía barquillos.
Este señor al que hace algún tiempo no veo y al que supongo jubilado iba de un extremo al otro de la playa calzado con zapatillas blancas, pantalón y sahariana blanca seguramente para paliar el calor, y una gorra de igual color. No era muy alto, tenía facciones de extranjero, y al contrario que otros vendedores en la playa no pregonaba su mercancía. No le hacía falta, niños y mayores sabíamos bien lo que vendía y lo parábamos para comprar y saborear su golosina. Porque el barquillo, no sé si de elaboración casera, tenía un encanto peculiar y se partía como una oblea. En su época con la ruleta (ésta era como un tambor donde llevaba los barquillos rematada por la ruleta propiamente dicha), el comprador daba vueltas al disco y según el número que salía así era el número de barquillos que llevaba. Posteriormente con la canastilla la cantidad era la misma y dependía sólo del dinero a pagar.
La wiki en su información nos relaciona las estatuas que jalonan la avenida de la playa desde la Puntilla, con el Móvil al Viento de César Manrique, hasta el auditorio con el monumento a Alfredo Kraus, y más allá con el Atlante de Toni Gallardo. Creo que en algún punto de la playa que tantas veces recorrió en uno y otro sentido, una imagen de este hombre con ruleta debiera estar para ejemplo de futuras generaciones.
Realmente yo quería hablar de personajes de la playa porque aun cuando casi todos estamos en bañador, lo que nos unifica, cada cual presenta una particularidad que nos diferencia. Así podemos encontrar a quien se camina por la orilla sin descanso la playa varias veces con paso deportivo, a quienes van en grupo con paso más tranquilo y relajado cambiando opiniones, aquel padre o madre preocupado por sus retoños que todavía no sabe nadar, aquellos que llevan pan para dar de comer a los peces que vienen a sus manos por el Muro Marrero, a los jovencillos intentando coger pescaillos chicos y cangrejos... Hace unos pocos años una señora pasaba por la orilla con dos pelotas haciendo pasos de baile o de gimnasia, con unos auriculares en los oídos ajena a los comentarios de unos y otros, y mucho más atrás, desde hace muchos años, recuerdo el paso tranquilo y sereno de un hombre, que primero con su ruleta y después con una canastilla, vendía barquillos.
Este señor al que hace algún tiempo no veo y al que supongo jubilado iba de un extremo al otro de la playa calzado con zapatillas blancas, pantalón y sahariana blanca seguramente para paliar el calor, y una gorra de igual color. No era muy alto, tenía facciones de extranjero, y al contrario que otros vendedores en la playa no pregonaba su mercancía. No le hacía falta, niños y mayores sabíamos bien lo que vendía y lo parábamos para comprar y saborear su golosina. Porque el barquillo, no sé si de elaboración casera, tenía un encanto peculiar y se partía como una oblea. En su época con la ruleta (ésta era como un tambor donde llevaba los barquillos rematada por la ruleta propiamente dicha), el comprador daba vueltas al disco y según el número que salía así era el número de barquillos que llevaba. Posteriormente con la canastilla la cantidad era la misma y dependía sólo del dinero a pagar.
La wiki en su información nos relaciona las estatuas que jalonan la avenida de la playa desde la Puntilla, con el Móvil al Viento de César Manrique, hasta el auditorio con el monumento a Alfredo Kraus, y más allá con el Atlante de Toni Gallardo. Creo que en algún punto de la playa que tantas veces recorrió en uno y otro sentido, una imagen de este hombre con ruleta debiera estar para ejemplo de futuras generaciones.
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