viernes, 7 de marzo de 2008

Tarea postergada

"El corazón tiene sus razones
que la razón desconoce".
Pascal

Hola a todos.



Estimado Rodolfo: Sé que desde el lugar que ya ocupas junto a la derecha del Padre sabrás disculpar mi pereza en cumplimentar la última tarea que debí hacer justo al jubilarme. La falta de decisión y un estado de ánimo que no deseo para nadie ha hecho que hasta la fecha no te haya escrito esta carta, sincera y emocionada, para agradecer a la Empresa tantos años en los que me dio estabilidad laboral. Lo hago hoy por medio del blog porque considero que todos mis potenciales lectores tienen derecho a saber cuanto debo a la que fue para mí Escuela de Comercio y Universidad. Comencé a trabajar siendo un niño y me jubilé cuando peinaba canas y en todos estos años aprendí, no sólo los rudimentos de las labores administrativas y contabilidad sino, lo que es más importante, el valor de las cosas bien hechas y el valor añadido de la palabra dada. Porque DISA querido Rodolfo es una empresa ejemplar donde lo prometido se cumple a carta cabal y donde tu palabra, por poner un ejemplo, era plata de ley.



Recuerdo cuando entré en Triana de aprendiz y tuve que pegar, en los talonarios en los que se facturaban las cien pesetas del recambio del gas, un timbre de quince céntimos en cada hoja original. Y recuerdo pasar el paño a las mesas y cambiar el agua a las escupideras y poner tinta a los tinteros. Tú, algo mayor que yo, recordarás que en este tiempo no se había popularizado el bolígrafo y el uso de la pluma estilográfica era, según creo, poco frecuente. Aprendí a moverme en la ciudad fuera del casco Triana-Vegueta mientras iba cogiendo soltura con las máquinas de entonces. ¿Recuerdas aquella sumadora grandota en la que se anotaba los dígitos de las cantidades a sumar y luego se bajaba una palanca que tenía en la parte derecha, una y otra vez? ¿Y aquéllas máquinas calculadoras con tres juegos de numeración que tanto servía para multiplicar como para dividir? Para la multiplicación, en uno de los juegos, se ponían dígito a dígito mediante unas pequeñas piezas la cifra del multiplicando; con una manivela, también a la derecha (¡éramos todos diestros!) se iba dando vueltas, mientras la mano izquierda movía de unidades a decenas y centenas y hasta seis u ocho posiciones, hasta conseguir el multiplicador; y como por ensalmo salía el resultado. ¿Y para dividir? Pues lo mismo pero dando marcha atrás.







Recuerdo cuando de Triana nos mudamos a Tomás Morales al edificio que por su porte llamábamos 'piano de cola' cuando tenía un sólo piso de oficinas. Y luego a Juan XXIII. Y recuerdo el almacén de Guanarteme y la factoría de la Isleta. Y ¿cómo no? tengo viva la factoría de Salinetas que quizás fuera la niña de tus ojos. Construida ésta se acabó el trasiego de botellas de butano llenas y vacías desde y hacia Tenerife. Y el venir los bidones de 'rail' llenos de petróleo y gasolinas. Tengo presente el primer surtidor en la calle León y Castillo, junto a la Comandancia de Marina, y en la Alameda de Colón, y en Fernando Guanarteme. Luego vendrían las Estaciones de Servicios y las Agencias de Butano repartidas por toda Canarias cuya enumeración haría interminable este sencillo escrito. Y recuerdo perfectamente cuando tu señor padre, don José Rull, y don Ramón Biosca venían a Las Palmas y nos saludaban dándonos la mano a todos los oficinistas, ¡incluyéndome a mí que era un niño!.




Conocí a cientos de personas, en casi cincuenta años, relacionadas de una u otra forma con la Empresa; compañeros y amigos, compañeras y amigas; administrativos y choferes y peones. Sé que nombrar a alguno irá en detrimento de los demás pero voy a permitirme la travesura de citar a dos que sintetizan lo mejor encontrados en todos ellos. Ignacio Cortadellas y Joaquín Brugada. Don Ignacio fue como un padre para mí y me supo llevar encarrilado cuando lo necesitaba; hombre de gran corazón tenía subordinados fieles porque sabía ganárselos con sus buenas maneras; era afable y con un sentido de la responsabilidad no exento de un toque de 'dejar hacer'; de él se cuenta (cosa que ni afirmo ni desmiento) que al recibir un telegrama en sábado lo guardaba en un cajón diciendo: "Ya verás que disgusto me voy a llevar el lunes". Don Joaquín es el perfecto caballero que nos trataba con amabilidad exquisita siempre que íbamos a Tenerife, primero a Imeldo Serís y luego a la calle paralela a Avenida Tres de Mayo; nos daba el saludo y el agasajo que seguro querían darnos el resto de los compañeros de la isla hermana cuando íbamos por motivo de trabajo o por las fiestas de la patrona Santa Bárbara.

Querido Rodolfo deseo que estos mis sentimientos te lleguen hasta el lugar de privilegio en que ya estás donde seguro no habrá de importarte mi tuteo. En el recuerdo afectuoso, hasta siempre.


Te deseo un buen día.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Quizás de los textos que mas me han gustado.

Se nota como brotan esos recuerdos que guardas con mucho cariño. Son textos increibles, que palabra a palabra van emocionando al lector. Te animo a q retomes todas esas aventuras, todas esas viviencias que llevas en lo más profundo y las vayas dejando salir, llenandonos de grandes historias llenas de corazón.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con vanitaperal. Los textos en los que nos cuentas tus recuerdos me atrapan de principio a fin. El de Sultán es conmovedor. Seguro que recordarás muchas anécdotas que seguro serán muy interesantes o graciosas; también sentimentales o dolorosas, pero en fin... eso es la vida, ¿no?. Te recomiendo la película Blade Runner, de Ridley Scott.