domingo, 23 de diciembre de 2007

Enredadera imposible

Hola a todos y Feliz Navidad.

¡Piedras! ¡Venga, más piedras!. Mi hermana y su marido Pepe tenían en el barrio de Marzagán un solar de unos 1800 m2, aprendiz de finca, al que estuvimos yendo durante unos años, tanto mi hermana con su prole como yo con la mía. Nos reuníamos allí las dos familias, y algunas otras en ocasiones, casi todos los domingos. Íbamos, por nosotros los mayores, pero sobre todo por los críos. Éstos, en mayor medida los más pequeños, lo pasaban genial jugando lo indecible en un terreno sin peligros, columpiándose en las higueras, construyendo en una de ellas con cuatro tabla una especie de choza, deslizándose sobre lo que encontraran a mano por la pendiente, poniéndose bacinilla en la cabeza... Los mayores nos ocupábamos, unos de plantar y atender las labores que lleva el campo, otras (las mujeres, como siempre) de alegar mientras preparaban algo de comida y de enyesque, y yo, que tenía al parecer ínfulas de maestro mayor de obra me atareaba en hacer muros. Y así gritaba aquello de ¡piedras, más piedras! a los chiquillos que iban esquilmando primero nuestro solar y después los de los alrededores. Cualquiera que oyera esta imperiosa orden domingo a domingo podría pensar que yo trataba de terminar la inacabada catedral de Las Palmas.



Aunque no era para tanto. Casi todos los domingos llevaba en mi coche, ¡magnifico Volswagen!, un día un saco de cemento y otro media docena de bloques que compraba en Schamann. Con ellos hicimos también un pequeño aseo y un cuartito donde guardábamos la carretilla, el sacho, el rastrillo y otras cosas; pero el trabajo mayor de mampostería lo hizo un señor que vivía en los alrededores, Juan Luis, que nos acondicionó una cocina, un cuarto y una habitación separada del resto, y casi en el centro del solar, para cuyo techo aprovechó un palo de esos de la luz con que hacer la techumbre de tejas, y en cuyo interior cabían dos camas. Recuerdo un cuadro horrible que pinté por aquel entonces que según la posición en que se pusiera parecía una gorra de béisbol o un gato. También construí un mural con conchas cogidas en la playa que era la envidia de algunos y motivo de broma de casi todos.


Mi cuñado, hombre que venía de familia de gente de campo, de p'arriba de San Mateo, tenía una afición por la plantación digna de elogio y por hacer barbacoas usando en vez de carbón lo que encontrara a mano. Se ocupaba de plantar papas y millos, recoger cuando llegaba la época los higos y brevas, de regar, de hacer surcos, de sulfatar y de todo lo necesario para hacer que el solar floreciera. También mis sobrinos, sobre todo Luz Mari y Pedro Juan, se afanaban en tener sus pequeños huertitos de habichuelas, tomates y otras hortalizas. Mi cuñado plantó una palmera canaria que con los años pasó a ser un hermoso ejemplar. El mayor chasco nos lo llevamos cuando compramos unos pocos árboles frutales en Santa Brígida que tenían sus raíces envueltas en bolsas de plástico y... ¡las plantamos sin quitarles ni romperles las bolsas! con lo que, lo que iba a ser un rincón arbolado, no llegó a nada pues los pobres árboles fueron muriendo asfixiados sin poder desarrollarse. Otra cosa que llegó a ser ocupación mía fue la de hacer una enlatada, entre el cuartillo de aperos y el aljibe, para lo que empleaba tubos de uralita en hacer las columnas, en la que tenía puesta mis esperanzas de ver una hermosa enredadera de papel que habíamos plantado. No fue posible, la enredadera cada vez más mustia fue sólo eso: una enredadera imposible.



Ah, y recordar como en el camino de vuelta a casa nos parábamos en la calle Venegas, ya en Las Palmas, en los Alicantinos, a tomarnos cada uno un sabroso cucurucho de helado.



Te deseo un buen día y una mejor Nochebuena.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡chacho, qué guay!

Unknown dijo...

Preciosa aventura esa que disfrutaban en ese bello lugar.

Esa historia la he oido muchas veces y no me canso de oirla. Es más bella oirla de su propia boca pues las palabras salen llenas de emosiones que consigue transmitir.

Besos