Hola a todos y Feliz Navidad.
Aunque no era para tanto. Casi todos los domingos llevaba en mi coche, ¡magnifico Volswagen!, un día un saco de cemento y otro media docena de bloques que compraba en Schamann. Con ellos hicimos también un pequeño aseo y un cuartito donde guardábamos la carretilla, el sacho, el rastrillo y otras cosas; pero el trabajo mayor de mampostería lo hizo un señor que vivía en los alrededores, Juan Luis, que nos acondicionó una cocina, un cuarto y una habitación separada del resto, y casi en el centro del solar, para cuyo techo aprovechó un palo de esos de la luz con que hacer la techumbre de tejas, y en cuyo interior cabían dos camas. Recuerdo un cuadro horrible que pinté por aquel entonces que según la posición en que se pusiera parecía una gorra de béisbol o un gato. También construí un mural con conchas cogidas en la playa que era la envidia de algunos y motivo de broma de casi todos.
Mi cuñado, hombre que venía de familia de gente de campo, de p'arriba de San Mateo, tenía una afición por la plantación digna de elogio y por hacer barbacoas usando en vez de carbón lo que encontrara a mano. Se ocupaba de plantar papas y millos, recoger cuando llegaba la época los higos y brevas, de regar, de hacer surcos, de sulfatar y de todo lo necesario para hacer que el solar floreciera. También mis sobrinos, sobre todo Luz Mari y Pedro Juan, se afanaban en tener sus pequeños huertitos de habichuelas, tomates y otras hortalizas. Mi cuñado plantó una palmera canaria que con los años pasó a ser un hermoso ejemplar. El mayor chasco nos lo llevamos cuando compramos unos pocos árboles frutales en Santa Brígida que tenían sus raíces envueltas en bolsas de plástico y... ¡las plantamos sin quitarles ni romperles las bolsas! con lo que, lo que iba a ser un rincón arbolado, no llegó a nada pues los pobres árboles fueron muriendo asfixiados sin poder desarrollarse. Otra cosa que llegó a ser ocupación mía fue la de hacer una enlatada, entre el cuartillo de aperos y el aljibe, para lo que empleaba tubos de uralita en hacer las columnas, en la que tenía puesta mis esperanzas de ver una hermosa enredadera de papel que habíamos plantado. No fue posible, la enredadera cada vez más mustia fue sólo eso: una enredadera imposible.
Ah, y recordar como en el camino de vuelta a casa nos parábamos en la calle Venegas, ya en Las Palmas, en los Alicantinos, a tomarnos cada uno un sabroso cucurucho de helado.
Te deseo un buen día y una mejor Nochebuena.
2 comentarios:
¡chacho, qué guay!
Preciosa aventura esa que disfrutaban en ese bello lugar.
Esa historia la he oido muchas veces y no me canso de oirla. Es más bella oirla de su propia boca pues las palabras salen llenas de emosiones que consigue transmitir.
Besos
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