que tu madre no está aquí,
que fue a misa a San Antonio
y ella pronto ha de venir.
Si mi niño se durmiera
yo le diera de regalo,
un pañuelito de seda
de la virgen del rosario.
Tuvo mi buena madre necesidad de ponernos a mi hermano Pedro y a mí internos en los Salesianos al enviudar siendo nosotros unos pequeñajos. Podríamos decir que la vida fue dura con ella y que tuvo que armarse de valor para sacar adelante a sus cinco retoños, trabajando para ello lo indecible y más.
Pero no es cuestión de hablar de cosas desagradables en éste que es mi blog número cien. Se lo debo a Nana y ya se sabe que el cien es un número privilegiado, ya que cien eran las pesetas que hacían los veinte duros que nos fue birlado y usurpado por el fatídico euro. Según me cuentan, Nana tenía de joven espíritu adelantado para su tiempo y le gustaban las bromas y los carnavales de entonces. Se enamoró joven de un apuesto soldado de Artillería, mi bendito padre, y junto a él formaron familia y vivieron felices, pese a los tiempos de penuria que les tocó vivir, hasta que la muerte tuvo la osadía de separarlos.
Vivían en Vegueta, cerquita de la iglesia de Santo Domingo, cuando en un Sábado de Gloria vine yo al mundo, y la noche anterior, Viernes Santo, no tuvo reparo mi madre en acudir a la procesión que salía de esta iglesia por las calles cercanas. Vivió en San Nicolás, -quizás por ello me gusten tanto los Riscos capitalinos- y en Tafira Baja. Aquí les nacieron sus últimos vástagos, dos gemelos como dos soles, Diego y Jesús, a los que alimentaba poniendo a los dos a mamar a la vez. Nos decía que con gusto se hubiera hecho una fotografía para el recuerdo con un niño en cada pecho.
Mi única hermana, Mary, la mayor de los cinco hermanos, me habla de Tafira a la que ella conoció de pequeña. La casa en la que vivíamos aun se conserva y la plaza con todas las casitas alrededor y los eucaliptos y los bancos y los aledaños no han cambiado pese al tiempo transcurrido. Me habla de la maestra de escuela, de la acequia, de las tuneras, de las cabras y de las tardes que pasó jugando en la plaza y trato de imaginar nuestra vida de entonces, difícil para cualquier familia por ser tiempo de escasez y cartilla de racionamiento.
Consiguió mi padre -Jefe de Negociado en el Ayuntamiento de Las Palmas- una de las casas baratas en Schamann, magnífica vivienda en la que vivió hasta su muerte y en la que Nana y los pequeñajos quedamos viviendo. Era mi madre mujer apreciada en el barrio pues tenía su puerta abierta a cualquier necesidad y a cualquier vecino y todos sabían que podían contar con Lolita para cualquier menester. Desde aquí iba a trabajar a la Residencia de Oficiales en Ciudad Jardín y además de su trabajo lavaba y planchaba y cosía cuanta ropa le caía en mano de alféreces o de capitanes levantándose al alba y acostándose a altas horas de la noche. Tal vez por ello era algo así como machista y a los hombres de la familia nos tenía en un altar; quería que fuéramos bien arregladitos con el pantalón y camisa bien planchados y zapatos abetunados al uso. Narraba anécdotas de la Residencia en la que llegó a tener mucha amistad con una compañera de nombre Corina. Por ejemplo contaba que esta buena mujer, cuando alguna joven quedaba embarazada decía: "pues ésta sabe que eso sirve pa'algo más que pa'mear" y también contaba el asombro de mi madre cuando por el pasillo vio venir un día frente a ella a un teniente del que salía música de sus bolsillos (eran los primeros tiempos de los transistores...)
Se le ocurrió a la muerte, osada y perversa, llevarse a dos de mis hermanos en la flor de la juventud. Siguió Nana adelante dándonos el ejemplo de la resignación cristiana; le hubiera gustado llegar a mayor junto a su adorado Pedro y a sus hijos arrebatados, pero tuvo la satisfacción de tener a sus nietos y a nosotros con ella, y muy posiblemente en sus últimos momentos cantaría para sus gemelos aquella nana que dice:
A la nanita nana, nanita ea,
a la nanita nana, nanita ea,
mi Jesús tiene sueño
bendito sea.
Te deseo un buen día.
2 comentarios:
Aunque poco, algo tambien recuerdo de Nana.
De jugar en su casa, en el patio, en las habitaciones, en la calle.
Recuerdo como siempre tenia algo de golosinas para sus nietos. En aquellos tiempos creo recordar que lo que solia tener era algún que otro paquete de "Papas", y seguramente alguna chucheria más.
Tambien recuerdo que venia a casa una vez por semana, y si no vuelvo a equivocarme, los miercoles era el dia que la esperábamos.
Me vuelvo a repetir!!! Cuando las historias salen del alma y no de la cabeza, hasta nosotros los lectores, sentimos el cariño que desprendes en tus lineas y lagrimas recorren nuestras mejillas.
Gran mujer Nana, que a pesar de los pesares supo inculcar muchos valores tremendos a sus hijos.
Me quito el sombrero ante este texto!! Bellisima dedicatoria.
Gracias por compartir tu vida con nosotros! Recibe un fortísimo abrazo.
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