Hola a todos. Estuvimos en Santillana del Mar -que como dicen, ni es santa, ni es llana, ni tiene mar- al mediodía del domingo de regreso de Comillas. Iba algo exultante porque Susana me había dicho que aquí encontraría un lugar en donde tomar leche con gofio; iba a ser un acto simbólico, o al menos a mí me lo parecía, el hermanar la leche de Cantabria que hubiese preferido recién ordeñada, con el rico gofio canario que llevé al viaje. Efectivamente, después de un tiempo recorriendo la villa y degustando productos de la tierra, y comprando casi todos del grupo algún chorizo, queso o lomo o alguna otra cosa para llevar de recuerdo, fuimos andando hasta un puesto que despachaban leche con un bollo al precio de un euro. Saco mi cartucho de gofio 'La Piña', invito al resto del grupo a participar del banquete, doy la taza que llevaba del hotel al buen hombre que despachaba, y saboreo, como si de un acto sublime se tratara, del momento. Después, cerquita de este sitio en una tienda, compramos una pequeña jarra de recuerdo que dice: 'Cantabria es la leche' y pienso, que razón no le falta a este aserto, por la gran cantidad de vacas que hemos visto por todas partes.
Antes habíamos estado gozando con la visión de las casas de piedra, con blasones de los apellidos de los primeros moradores, nobles que luchaban entre sí en la época medieval. Una de las casas tenía un balcón corrido con infinidad de plantas y en otra, parador nacional, el nombre recordaba a Gil Blas de Santillana (novela picaresca, primera novela realista de la literatura francesa); enfrente un bisonte en piedra recuerda que en estos lugares nuestros antepasados convivieron con bisontes y que dejaron su recuerdo en las pinturas de la cueva de Altamira que está considerada la Capilla Sixtina del arte cuaternario. Esta cueva fue encontrada por casualidad por un perro, luego una niña dio el primer aviso a su padre sobre las pinturas, y fue Satuola en 1892 quien dio primicias de este descubrimiento tras descubrirse otra cueva de igual característica en Francia. Habían creído hasta entonces que eran pinturas recientes... Santillana no es llana, tampoco muy montañosa; tiene prados y vacas y la Colegiata de Santa Juliana con un claustro romano.
Santoña es villa marinera y tiene fábricas de salazón de pescado. Vamos a ella en un día de fuerte viento que levanta el agua en las marismas, que es parque natural por su situación privilegiada para aves de paso de variadas especies, donde revolotean algunos patos coloraos y de cuchara. Entramos en una fábrica donde podemos ver pescados, bonito del norte y cabrancho, en distintas fases de proceso de la salazón y a un grupo de mujeres trabajando tras unos ventanales: verdaderas obreras que dedican ocho horas diarias a cortar, separar y poner en frascos de cristal anchoas y boquerones. En 1960 se batió el record de pesca con un millón y medio de kilos de bocarte pescado en un día, y tiene esta villa una importante lonja. En el paseo marítimo se encuentran dos grupos escultóricos: uno dedicado a Juan de la Cosa, capitán de la Nao Santa María que fue con Colón en el viaje del descubrimiento de América; otro a Carrero Blanco, éste sin el coche en que el Almirante saltó por los aires con el atentado etarra que le costó la vida. Celebra Santoña las fiestas Sardinadas y los Carnavales; en éstos, tiene lugar el Juicio del Mar en el que Neptuno dice:
Antes habíamos estado gozando con la visión de las casas de piedra, con blasones de los apellidos de los primeros moradores, nobles que luchaban entre sí en la época medieval. Una de las casas tenía un balcón corrido con infinidad de plantas y en otra, parador nacional, el nombre recordaba a Gil Blas de Santillana (novela picaresca, primera novela realista de la literatura francesa); enfrente un bisonte en piedra recuerda que en estos lugares nuestros antepasados convivieron con bisontes y que dejaron su recuerdo en las pinturas de la cueva de Altamira que está considerada la Capilla Sixtina del arte cuaternario. Esta cueva fue encontrada por casualidad por un perro, luego una niña dio el primer aviso a su padre sobre las pinturas, y fue Satuola en 1892 quien dio primicias de este descubrimiento tras descubrirse otra cueva de igual característica en Francia. Habían creído hasta entonces que eran pinturas recientes... Santillana no es llana, tampoco muy montañosa; tiene prados y vacas y la Colegiata de Santa Juliana con un claustro romano.
Santoña es villa marinera y tiene fábricas de salazón de pescado. Vamos a ella en un día de fuerte viento que levanta el agua en las marismas, que es parque natural por su situación privilegiada para aves de paso de variadas especies, donde revolotean algunos patos coloraos y de cuchara. Entramos en una fábrica donde podemos ver pescados, bonito del norte y cabrancho, en distintas fases de proceso de la salazón y a un grupo de mujeres trabajando tras unos ventanales: verdaderas obreras que dedican ocho horas diarias a cortar, separar y poner en frascos de cristal anchoas y boquerones. En 1960 se batió el record de pesca con un millón y medio de kilos de bocarte pescado en un día, y tiene esta villa una importante lonja. En el paseo marítimo se encuentran dos grupos escultóricos: uno dedicado a Juan de la Cosa, capitán de la Nao Santa María que fue con Colón en el viaje del descubrimiento de América; otro a Carrero Blanco, éste sin el coche en que el Almirante saltó por los aires con el atentado etarra que le costó la vida. Celebra Santoña las fiestas Sardinadas y los Carnavales; en éstos, tiene lugar el Juicio del Mar en el que Neptuno dice:
"Traedme a ese besugo insensato
que ha raptado a mi sirena;
como me llamo Neptuno,
dios de la mar serena,
que le haré pagar el mar trago
que me hizo pasar por su faena".
Al partir de Santoña pasamos por una playa muy linda llamada tregandín en donde con la marea baja pudimos ver decenas de rocas que emergen puntiagudas del agua. Es este sitio lugar de paso del Camino de Santiago como lo muestra dos esculturas, con las vieras que es el distintivo del peregrino, que están en el frontis de su iglesia estilo de transición del románico al gótico.
En la estación de trenes en Santander tomamos uno que tras una docena de paradas intermedias nos lleva a Liérganes que es final de trayecto. La experiencia de ir en tren no es mala; el recorrido es de tres cuartos de hora y pasamos entre otros sitios por Astilleros donde pudimos ver las altas gruas; el traqueteo se hace intenso al pasar por sobre un puente de hierro; la visión de los paisajes es distinta porque vamos más a ras del suelo que en la guagua y esto cambia la perspectiva. En Liérganes merendamos chocolate y churros y bollos muy apetitosos y estuvimos en los jardines del balneario, gran parque con arboleda y césped, y fuimos hasta el puente construido en el siglo XVI, al parecer donde mismo estaba otro puente anterior, romano, sobre el río Miera, que servían tanto uno como el otro, para abastecer unas fábricas que tenía Artillería en las inmediaciones para la fabricación de cañones. Tiene Liérganes su particular historia: es la de un hombre muy aficionado a la natación que desapareció un día en que nadaba y que al cabo de cinco años aparece en Cádiz cubierto de escamas; como sólo sabía decir Liérganes lo trajeron a este municipio donde vivió otros diez años hasta que desaparació definitivamente mientras nadaba en el río Miera camino del mar. Es la historia del Hombre Pez.
Te deseo un buen día.
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