Hola a todos. Frente a mi casa, en el Parque Buenavista, hay muchos árboles. Quizás se deba a que en un tiempo tenía aquí el Ayuntamiento el vivero municipal y era fácil plantar ejemplares de diferentes especies. Junto al flamboyán, que por ser de hoja caduca muda de aspecto en las cuatro estaciones y da flores de color anaranjado en ramillete, encontramos las palmeras, tanto la esbelta canaria como la hawaiana (o de donde sea) que se cimbrean movidas sus ramas por el viento, y otras de las que ignoro sus nombres, de los que cuelgan, como si fuesen lágrimas unidas al tronco, las semillas. Y tenemos laureles de India, todo el año con hojas verdes y que sueltan unas semillas color aceitunado que dejan sucio el suelo donde caen. Hay árboles bastante altos, otros achaparrados; algunos nuevos, otros ya de muchos años. Todos nos dan sombra y además nos prestan su belleza para deleite de los sentidos.
Entre todos los árboles hay uno que llama mi atención. Puede que sea centenario por su aspecto, y crece solo cerca de la fuente junto a unos escalones que sirven de asiento. Su tronco es grueso y rugoso, con una corteza que me recuerda el corcho que utilizamos en los Nacimientos. Forma con el suelo un pronunciado ángulo agudo seguramente porque de joven no le pusieron palo alguno para que no creciera torcido. No es muy alto pero su copa es bien frondosa. Desde abajo las ramas forman filigranas y son muy decorativas. Nunca le he visto flores y sí unos racimos de pequeñas perinolas de las que yo alguna vez he cogido unas para ponerlas a girar como si fueran peonzas. Este árbol, robusto y fuerte, habrá hecho frente a muchos vientos y sobre él seguro que ha caído abundante agua de centenares de lluvias. Bajo su sombra habrá visto descansar a mucha gente y sabrá de muchas cuitas, de muchas conversaciones y risas, y a lo que parece, por la reciedumbre que se siente al mirarlo, pasarán junto a su tronco torcido muchas más generaciones.
Te deseo un buen día.
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