Nos presenta el doctor Navarro en el primer capítulo de su libro una ciudad totalmente aislada sin carreteras ni caminos aceptables hacia el interior de la isla, con sólo unas veredas practicables para caballos o burros; ni siquiera una carretera que la uniera con el puerto, en donde sólo había una ermita de la Virgen y unas pocas chozas de pescadores y alguna casa o almacén más, siendo todo lo demás arena que llegaba prácticamente hasta Triana; sin comunicación con el exterior, donde el vigía de la Isleta podía estar meses y más meses sin avisar de la llegada de un buque nacional con el escaso correo; con fango e inmundicias, sin aceras, ni calles con nombres, ni casas numeradas; con obscuridad en las noches pues no tenían ni siquiera luz de petróleo en las calles... La calle de Triana, nuestra calle Mayor, era un conjunto de casas de pescadores y el Parque de San Telmo actual, un estercolero. Los habitantes de esta ciudad, que con tan negras tintas nos es dibujada, son tristes e indolentes y no se preocupan ni de su pasado ni de su futuro y solamente las fiestas de Navidad, Carnavales, Semana Santa, Corpus y alguna otra les hacían salir de su letargo. Granujas y borrachos; seis lúgubres monasterios y abundancia de clérigos y frailes completan el cuadro que de estos años nos presenta nuestro doctor.
Nos dice en la introducción al libro Morales Padrón que "sin duda Navarro, casi sin proponérselo, siente la necesidad de resaltar su momento y recurre para ello al subrayado del atraso y penurias de la capital a principios del XIX. Contrapone una y otra ciudad". Y esto es así porque poco a poco en los restantes capítulos nos va cambiando de cuadros hasta terminar con el que el buen médico nos muestra hacia 1883 en el que la ciudad despega con las obras de construcción del puerto de refugio. En estos veinte y tantos apartados va desgranando de su memoria hechos y costumbres del siglo que le tocó vivir. Así nos enteramos de las epidemias de fiebre amarilla y de cólera que diezmó a la población; de la plaga de langostas que arrasó con todo lo verde y del hambre que vino después; de costumbres de medicina y de curanderos y brujas; de la instrucción pública y de como se consiguió la enseñanza secundaria con la oposición de Tenerife. Nos habla de la indumentaria, de la folía y de la alimentación. (En la Notas aparece "la receta del puchero" escrita en verso por un poeta isleño digna de leída). Nos enteramos de cuando empezó el pleito insular -ya viejo según se puede ver- y de la creación del Gabinete Literario y de la construcción del Puerto de la Luz por el Ingeniero León y Castillo...
Creo que para terminar puedo insertar algo de la Conclusión de nuestro cronista: "La ciudad de Las Palmas de Gran Canaria ... apareció como naciente oruga que había de crecer con precaria lentitud, para dormir después dilatados años convertida en inactiva crisálida. Hoy es una espléndida mariposa que llena de vida se eleva luciendo sus brillantes galas y su exhuberante energía".
¿Qué diría hoy don Domingo J. Navarro de su ciudad en este comienzo del siglo XXI?.
Te deseo un buen día.
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