Al siguiente día de llegar a Trujillo en donde dejamos los bártulos nos llevaron a la ciudad de Mérida como primera excursión en el viaje. Se cumplía con ello la mitad de un sueño que acariciábamos: ver el Teatro Romano y asistir en el a una representación de Medea y a cualquier otra obra de los clásicos. Al ir, vimos cumplido el deseo de pisar y pasear por el Teatro y de sentarnos en sus gradas; para mejor ocasión dejamos el beber de las palabras de los autores grecorromanos. Todo se andará, si Dios quiere.
La curiosidad iba más aprisa que la guagua y a través de las ventanillas buscábamos vestigios de la Colonia Iulia Augusta Emerita que nosotros íbamos a hollar dos mil años después. Tuvimos que esperar. Pero valió la pena pues al poco de apearnos llegamos al Arco de Trajano. Hermoso Arco, bien robusto en el que tuvimos la osadía de poner nuestras manos.
El paseo nos llevó a continuación hacia El Templo de Diana que pudimos admirar en toda su majestuosidad, y al Pórtico del Foro. De ambos hicimos las correspondientes fotografías dejando constancia de nuestra presencia para la posteridad.
Pasamos por delante del Museo Romano, cerrado por ser lunes, lo que nos dejó amaguado. Magua que pronto desapareció pues de inmediato llegamos al espectacular sitio en donde se encuentran el Anfiteatro y el Teatro. ¿Qué decir? Podríamos decir muchas cosas vanas y podríamos intentar describir lo que se ofreció ante nosotros. Quizás sea preferible decir simplemente: gracias. Gracias por poder contemplar estos monumentos. Creemos que esta sola palabra es suficiente para darles idea de nuestra grandísima alegría.
Con esta entrada, última de las dedicadas al viaje por tierras cacereñas y visita a Mérida, te deseo, como siempre, un buen día.