domingo, 14 de julio de 2013

La pandilla

Hola a todos.
En la Plaza de Santa Ana, en Las Palmas, corretean sin moverse una pandilla de amigos. Desde hace mucho tiempo. Son ocho y son perros. Sus nombres: "Bentayga, el fuerte; Aterura, la humilde; Tenoyo, el noble; Tindaya, la fidelísima; Mogano, el bondadoso; Doramas, el longevo; Tirajano, el justo, y Faycán, el esforzado". En un libro que he sacado del baúl de los tesoros, otra pandilla de amigos perrunos, descendientes lejanos de aquellos, corretean y se mueven, aman y se emocionan, disfrutan y padecen, por entre las páginas que leo. Descendientes lejanos son, al menos el último que da título al precioso cuento: "Faycán" que narra en primera persona las "memorias de un perro vagabundo". Cuento, novela o fábula lleva estas memorias la cadencia de la poesía en su prosa. La cadencia de la poesía de las vidas juguetonas que estos perros viven en los márgenes del Barranco Guiniguada, cuando el barranco era poesía antes de ser tapado por el cemento...

Cuenta Faycán y nos dice: "Respondo por el nombre de Faycán. Tengo una estatura más que mediana y ostento una hermosa mancha negra en la parte derecha del lomo. Como ya apunté antes, soy el vivo retrato de mi madre. Mi madre hace mucho tiempo que murió." (...) "El barranco fue siempre el lugar preferible para mis correrías y las de mis compañeros. Una de nuestras mayores alegrías era cuando llegaba el torrente, barranco abajo, a morir al mar. Aunque esto nos impedía por algún tiempo retozar por sus márgenes y dar caza a los estúpidos gatos, salíamos compensados con el botín y la diversión."

Cuenta Faycán y nos habla del Puente de Piedra y del Puente de Palo y del Risco. A este subía Catalejo -el de mejor vista de la pandilla- a intentar ver si las nubes negras en las Cumbres iban a descargar agua suficiente para hacer correr el barranco. En la pandilla estaban, además de Faycán y Catalejo, Rebenque con un rabo tan largo que era el que les servía como unidad de medida ("aquel chico llega la piedra a unos treinta largos de Rebenque", decían), Caifás, Marquesa, Linda y Nerón. También estaba Cicerón que era viejo y era sabio por ello, y Chicharro, que vino desde otra isla, encima de una casa que se movía por el agua...

Y nos cuenta Faycán de sus amores: "Marquesa y yo, después del paseo, decidimos pasar la noche bajo el Puente de Palo, agazapados tras unos matorrales que olían deliciosamente. Algunas moscas, confundiendo la estridente luz que cernía la luna, zumbaban suavemente en aquella engañosa aurora. Marquesa se tiende junto a mí, que oigo perfectamente los latidos de su corazón. (...) Algunos gatos se escurren rozándonos. (...) Por encima del puente un hombre y una mujer pasan con sus antenas enlazadas. En una piedra, se han posado dos moscas que hace un rato, por el aire, formaban una sola."

Este libro, este tesoro que he rescatado, fue escrito en la primera mitad del siglo XX por un admirador ferviente de nuestra tierra canaria. Novela, cuento, fábula perruna y poesía. Todo en uno. Su autor: Víctor Doreste. A el nuestro agradecimiento.





P.D. Nos vamos a Viseu, Portugal. Ya te contaremos.
Te invito a escuchar por lo pronto la canción de Néstor Álamo, "Mariquilla la Perrera".


Te deseo un buen día.

2 comentarios:

Francisco Espada dijo...

¡Qué entrada tan interesante, Ángel! Los libros tienen el misterio de contarnos cosas, de formarnos, pero también de hacerse nuestros amigos de por vida, a los que guardamos como joyas.
Un fuerte abrazo.

Felipe Tajafuerte dijo...

Me parece este libro, según los párrafos que has entrecomillado, de un valor descriptivo muy encomiable.
Un abrazo desde mi mejana