jueves, 1 de diciembre de 2011

Trevélez

Hola a todos.
Hemos vuelto a La Alpujarra, esta vez por otra de las varias carreteras que le sirven de puerta de entrada.
En marzo subimos por Lajarón y ahora lo hemos hecho por la cercana Orgiva en medio de enormes fincas de chirimoyas y demás plantas de cultivo que riegan el río Guadalfeo y sus afluentes. Por algo estamos en la Costa Tropical. Paramos en Orgiva el tiempo suficiente para recorrer la calle principal, ver la fachada de la iglesia de traza mudéjar, construida sobre antigua mezquita, dedicada a Nuestra Señora de la Expectación, tomar el cortadito de rigor, hacer algunas fotografías (una bonita flor nueva para mí, me llama la atención), y poco más. Luego seguimos ascendiendo hacia Trevélez por una carretera siempre cuesta arriba. Trevélez está a 1476 metros, mil más, poco más o menos, que Orgiva.

En el camino vamos dejando atrás pueblos con nombres exóticos: Soportujar, Pampaneira, Bubión, Capileira, mientras desde la ventana de la guagua vemos profundos e impresionantes barrancos.

A Pampaneira y Capileira ya los habíamos visitado en marzo y nos dio alegría
ahora el volverlos a ver. Pasamos de largo (ya tendríamos tiempo de pararnos a la vuelta) y en un punto de la carretera nos detuvimos ante la ermita de la Virgen de las Angustias que está al ladito de una fuente agria. El agua de la fuente tiene un sabor fuerte por los minerales que arrastra y en el suelo por donde va cuesta abajo va quedando un reguero inconfundible con el color achocolatado característico de la herrumbre. La ermita es pequeña y por en medio de una especie de ventana enrejada vemos al fondo el altar con la efigie de la Virgen.


Es un lugar encantador que nos predispone para nuestro destino final al que llegamos al rato. Trevélez nos recibe con sus jamones. Nos dicen que en casi todas las casas se curan piezas que traen de otros sitios de la Península tras la matanza aprovechando el clima idóneo de que gozan aquí al lado del Parque Nacional de Sierra Nevada por donde se encuentra el Mulhacén. Entramos en una especie de fábrica de jamones que vemos en una sala colgados en hileras. Nos enseñan con un vídeo y con la explicación de un amable cicerone los procedimientos para conseguir el rico manjar: pesado, salado, lavado de las piezas; quitarles la sangre... Todo de forma manual y con mucho cariño. Degustamos unos trozos con un vinillo que nos saben a gloria, aperitivo para un suculento almuerzo. Y después vuelta por la carretera empinada, cuesta abajo, camino del hotel. Una lluvia intensa nos acompaña durante parte del recorrido. Los gozosos recuerdos tras los cristales escurriendo agua van con nosotros.






Te deseo un bue día.

2 comentarios:

Francisco Espada dijo...

Un bello paseo por una tierra que desconozco, aunque mucho de referencia.

Felipe Tajafuerte dijo...

Atractivo relato el que has hecho de esa excursión a unos lugares desconocidos para mí. Un saludo