viernes, 20 de marzo de 2015

Sao Miguel - Agradecidos.

Hola a todos.
Habíamos ido ilusionados y hemos vuelto agradecidos. Agradecidos a Dios, a la madre Naturaleza y al Hombre, porque está claro que el Padre Celestial se ha conjurado con estas sus dos obras maestras para conseguir tener en la Tierra semejante paraíso: Sao Miguel, isla de las Azores.

Partimos del aeropuerto de Gran Canaria, al que durante un tiempo llamábamos Aeropuerto de Gando, y al poco por las ventanillas pudimos ver, suspendidas por encima de las aguas del Atlántico Norte, unas nubes pequeñas, esponjosas y blancas, en gran número, que nos hacían pensar en las ovejas que esperábamos encontrar en Sao Miguel. No fue así. No había ovejas (al menos no vimos ninguna) pero sí pudimos ver vacas y más vacas, vacas a montones, vacas lecheras blancas y negras y moteadas que pastaban, que comían o que rumiaban, que estaban de pie o echadas en medio de verdes prados por todos los sitios de la isla, por los que, con total amabilidad, nos llevaron, primero Ruben y luego Evaristo. (*) El paisaje era bucólico; podríamos decir que estábamos en la Arcadia feliz. Y lo estábamos, seguro que sí.


.
Habíamos llegado cuando la tarde se iba poniendo y tras dejar las cosas en el hotel (Sao Miguel Park Hotel), y descansar algo, fuimos en busca de nuestras primeras impresiones por Ponta Delgada. La tarde-noche era obscura y fría. "Pueden ir andando sin cuidado" -nos habían dicho en recepción- "aquí no hay problemas"; así que por una calle estrecha y casi sin coches nos encaminamos a lo que para nosotros era una luz de bienvenida. Era la torre de la iglesia matriz de Sao Sebastiao que veíamos allá abajo y que tomamos como referencia para situarnos en la ciudad casi desierta, debido seguramente, al viento frío que nos acompañaba.




Eran tan sólo las ocho de la tarde; (una hora menos que en Canarias) y en la noche obscura la luz de la iglesia por sus cuatro costados era de agradecer. Queríamos cenar y estábamos desorientados; entonces, un buen samaritano (un viandante al que preguntamos por un sitio bueno) nos acompañó hasta La Tasca, pequeño y gran restaurante, que iba a ser nuestra bendición. Restaurante sencillo con mesas cuadradas para cuatro o para ocho comensales y otras circulares para diez o doce. Nos sentamos en una de éstas y la suerte nos deparó conversación y fugaz amistad con quienes compartieron mantel y cubiertos con nosotros: un portugués joven y un alemán algo más joven aún con quienes nos entendimos bien pues el primero hablaba un excelente español. Oyéndoles, llegamos a una conclusión que le hicimos saber. Eran ellos una representación de la nueva juventud europea que se mueve por el Viejo Continente, que buscan y encuentran trabajo -si tienen suerte- en empresas multinacionales, que hacen amistades a pesar de tener diferentes nacionalidades y que al estar lejos de sus hogares comparten unos ratos de asueto con quienes se tercie en las frías noches de una isla situada en medio de la inmensidad del mar.

La cena, damos fe de ello, fue, por tantos motivos, excelente.


Te deseo un buen día.

No hay comentarios: