jueves, 21 de febrero de 2008

Lo que vale un huevo frito

Plaza de don Benito en Schamann con el 'Muro de la Vergüenza'

Hola a todos. A veces coincido con Paco López que es un inmejorable amigo que siempre que nos vemos me saluda con mucho afecto. Me llama en broma Ángel Pérez y Camacho y no sé yo de donde saca estos dos apellidos que nada tienen que ver con los míos. Estuvo en los Salesianos conmigo y allí aprendió el oficio de sastrería que ejerció durante muchos años hasta su jubilación, primero en la calle Alceste y luego en el 'Muro de la Vergüenza' en Schamann. Debe tener unos diez años más que yo y en el colegio tuvo para mí como una especie de tutoría porque diez años de diferencia en edad temprana son muchos años; tocaba él la trompeta cuando yo tocaba el saxofón en la banda de música del colegio. Pasado los años, en mis tiempos de oficinista, fue mi sastre y a él acudía para que me hiciera, o me arreglara, pantalones y chaquetas, o me hiciera un 'terno' porque en esta época acostumbraba a vestir de guapo, y recuerdo que con cada nueva entrega me llevaba una corbata hasta hacer con ellas una pequeña colección que aún conservo.





El colegio de los Salesianos guarda muchos de mis recuerdos. Durante años fui monaguillo y ayudaba a la primera misa que oficiaba el entonces director del colegio, don Andrés Yun Encina, cuando sacerdote y monaguillos nos poníamos dando la espalda a los fieles y cuando con una campanilla, realmente cuatro pequeñas campanillas en una, se indicaba los distintos momentos de la celebración. Recuerdo el tañir de las campanas de la iglesia y a la Virgen Auxiliadora en su camerino del altar mayor. Al estar en misa cuando los demás alumnos desayunaban nos daba a los monaguillos la ocasión de desayunar con el rico café con leche y pan de los curas lo que era un privilegio. Hice mi primera comunión en el colegio el día del fundador San Juan Bosco. Para esta ocasión nos daban a mi hermano Pedro y a mí permiso para ir a casa pero, en este día festivo, había para almorzar ¡huevo frito! y yo, con el correspondiente enfado de mi hermano, preferí quedarme en el colegio.


En la planta alta haciendo esquina y a la izquierda del frontis del colegio estaba el dormitorio del director y en la otra esquina la enfermería. Alguna fiebre alta tuve en una ocasión que me tuvieron en la enferm
ería unos días y de ello me quedó el recuerdo de unas bolas grandes, como mundos, que pasaban dentro de mi cabeza chocando unas con otras, y vuelta a empezar. Me acuerdo de un com
pañero, Rafael, que se sentaba junto a mí en el pupitre y que por ayudarle con las matemáticas me daba leche condensada de los botes que a él le llevaban. Recuerdo al burro de Pancho que tiraba del carro en donde nos traían los víveres; y a las lentejas con piedras y a los garbanzos con 'carne' (pequeños gorgojos) que comíamos; y cuando nos ponían sal gorda porque la comida había quedado sin ella, y la molíamos para utilizarla para darle sabor al agualuisa del desayuno en los siguientes días.
Y recuerdo cuando ayudaba en la festividad de la Virgen a colgar de las columnas estandartes de colores y cuando hacíamos, como si de un belén se tratara, la Batalla de Lepanto, con un mar de cartulina y unos barquitos de papel, batalla en la que la cristiandad venció al turco. Y cuando para fin de curso nos poníamos en las escaleras de entrada al colegio y un señor con un artilugio en donde metía su cabeza en un paño negro nos sacaba la foto para el recuerdo. Y también me acuerdo ¿cómo no? del día en que recibí un tortazo de aúpa de un hermano salesiano por una falta que aún hoy sigo creyendo que no cometí. En fín cosas de colegio.


Te deseo un buen día.

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