lunes, 3 de enero de 2011

Cincuenta céntimos

Hola a todos.
Diré a ustedes, en secreto, que el euro me da grima porque estoy convencido de que fue el primer eslabón de la cadena que nos condujo a nuestros problemas económicos actuales, o sea, a la crisis de nuestras entretelas. También les comentaré que veo a las monedas de uno y dos céntimos tan minúsculas y esmirriadas que, a pesar de ser necesarias en ocasiones, me dan verdadera lástima. Las de diez y veinte céntimos de euro, les aseguro, son otra cosa, tan modositas ellas, tan brillantes, tan redondas y bonitas. Con éstas sí que podemos empezar a hablar de dinero pues lucen encantadoras en nuestros monederos. Ahora bien, sabrán que estimo que la moneda regia es, ustedes perdonen, la de los cincuenta céntimos. Cierto es que no dan para un café, ni para un cortado, ni para un bocadillo que se precie, ni para una cajetilla de tabaco, ni para un refresco... pero, sí que parece que somos alguien cuando la llevamos en el bolsillo como pasaba antiguamente con las de cincuenta céntimos de peseta.

Elucubraba yo el otro día con estos pensamientos sobre la calderilla a cuenta de que alguien me pidió que pensara por un momento en un propósito a cumplir en el año 2011, que aun no había llegado. Mi cabeza entonces se convirtió en algo parecido a uno de aquellos cerditos, que con su ranura arriba en el lomo nos servían de alcancía, a medio llenar de tintineantes monedas. Y pensé, Dios me bendiga, que mi propósito podría ser el de llevar siempre conmigo al salir de casa una o dos monedas de las de cincuenta céntimos de euro que, aunque no valgan ni para un café ni casi para nada, bien que sirven para ayudar a su compañera. Como ocurre con el grano de trigo, que no hace granero pero ayuda al compañero.

Y claro es que mi propósito tenía un propósito, disculpen ustedes la redundancia. Porque el propósito de mi propósito venía a ser al final el de dar una pequeñísima propina de cincuenta céntimos a una o a dos de las personas menos afortunadas que yo que en las calles de nuestras ciudades solicitan un poco de atención y de ayuda. Personas que nos alargan la mano o no, que tocan algún instrumento o se disfrazan de algo, que nos sonríen o no nos miran, que son mendicantes profesionales o que tienen en verdad necesidad de pedir. Personas que a veces nos incomodan con su sola presencia pues nos molesta ver reflejadas en ellas los efectos de la crisis galopante que nos ha venido encima.

Te deseo un buen día, y una talega de monedas, para repartir.

2 comentarios:

Oti dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con que la llegada del euro fue el principio de la crisis. Por un lado, unos cuántos (para no ofender), subieron los precios de manera abusiva, enriqueciéndose de un día para otro. Ese dinero se metió en los bancos, que a su vez lo invirtieron en bonos y acciones sin valor, y lo prestaron a lo loco a los pobres que se compraban casas para ricos.
Yo sigo pensando en pesetas y también me gusta "llevar monedas en el bolsillo".

Felipe Tajafuerte dijo...

Pues si las moneditas de marras no sirven para nada imaginaos lo que haríamos con las pesetas. La de cinco céntimos equivale a ocho de las mencionadas. Nada más y nada menos que lo que me costaba el paquete de tabaco cuando dejé de fumar (fumaba negro). ¿Sabéis cuantas pesetas cuesta ahora un paquete de tabaco?
Mal con el euro, pero ¿cuantas veces hubiéramos tenido que devaluar nuestra "pesetita"?