Cada dos por tres, Luzbel, el viejo ángel caído, llega hasta mí con su mochila llena de lisonjas y promesas sin cuento que va desparramando en mi cabeza. Eres -me dice- el mejor en todo, el más preparado, el de mayores dotes, el de singular maestría... llegarás a lo más alto, tuya será la sabiduría y mis dones te acompañarán siempre, y siempre serás feliz. Sus palabras susurrantes horadan mis débiles defensas y me llevan hacia el pecado.
Se entiende fácilmente, pues, que yo haya caído en la tentación. Ocurrió cuando a Mario Vargas Llosa le concedieron el premio Nobel de Literatura por lo que me alegré, como corresponde a alguien agradecido, ya que la lectura de algunos de sus libros me proporcionó en su momento grandes satisfacciones. Por ello corrí alborozado a buscar el tomo de Pantaleón y las visitadoras y abriéndolo con reverencia fui pasando páginas a voleo. El capitán Pantoja toma cuerpo nuevamente, de hombre sin vicio conocido alguno. "Ni fumador, ni borrachín ni ojo vivo" según le tienen catalogado sus superiores. Esos mismos superiores que le tienen reservada una misión muy especial en su calidad de oficial de Intendencia. Una misión que acabará con el estado de ansiosa e inquieta virilidad de los soldados destinados en la selva que "abusan de nuestras mujeres" -como se queja el alcalde- "me perjudicaron a una cuñadita hace pocos meses y la semana pasada casi me perjudican a mi propia esposa", se lamenta. Para lo cual tendrá el capitán que hacerse cargo del Servicio de visitadoras, labor harto difícil como se puede ver con la lectura de este libro, gracioso y atrevido, de Vargas Llosa.
¿Y cómo fue que caí en la tentación? se preguntarán ustedes. Ríanse, si quieren. Fue leyendo la entrevista que publicó El País digital en la que el recién nombrado premio Nobel habla de los catorce minutos que pasan desde el momento en que se lo comunicaron a él, y el que lo hicieron público al gran mundo. "Ese día, como todos los días desde que, hace tres semanas, llegamos a Nueva York, me levanté a las cinco de la mañana y, procurando no despertar a Patricia, me fui a la salita a leer". ¡Se levanta el genio a las cinco de la mañana, y yo, gandul hasta la médula, me levanto a las mil y quinientas! ¡Y así no avanzo en mis lecturas, está claro! Y de ahí que la envidia, pérfido pecado capital, se apoderara de mi corazón.
Te deseo un buen día.
1 comentario:
Decía el escritor y académico Guillermo Díaz Plaja que el pecado capital por antonomasia de los españoles es la envidia, así que no es difícil que algo estemos todos contaminados. Por otro lado quiero añadir que detrás de todo éxito está el esfuerzo: nada es gratuito.
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