miércoles, 12 de octubre de 2011

La Graciosa

Hola a todos.
Un ancho de mar de un kilómetro, al que llaman El Río, separa las islas de Lanzarote y La Graciosa. Esta última, vista desde los altos de Famara, aparece a los ojos de cuantos tienen la fortuna de verla como una perla que está ahí mismo, al alcance de la mano, y que por desidia nadie pone en sus manos para gozar de su belleza.


El viaje en barco para acceder a La Graciosa desde Orzola, pueblo más cercano en Lanzarote, tiene muy mala fama ganada en propiedad de cuando se hacía en pequeños barcos de pesca que se mecían en el Atlántico como cáscaras de nueces. Hoy las cosas han cambiado... un poco. Al salir del pequeño embarcadero de Orzola el otro día, unas olas bravas laterales y juguetonas hacían que el barco se moviera y subiera y bajara jugando con él, produciendo el que nosotros, -marineros de tierra adentro- lanzáramos al aire unos grititos de entusiasmados miedos. Poco duró el contento: al rato el mar quedó tranquilo y pudimos mirar a la isla que nos aguardaba enfrente.

En La Caleta del Sebo las casas son bajas, y blancas casi todas. Barcos en el
muelle. Gentes del lugar y turistas se mueven tranquila- mente. Algunos clientes en las terrazas charlan mientras toman el cortado o la cerveza de la mañana. Y en unos tenderetes montados por jóvenes hippies éstos nos ofrecen sus manualidades y baratijas que allí mismo confeccionan con cueros y otros materiales. Un par de pajarillos revolotean entre las piernas de los paseantes y un pato ¿o quizás una gaviota? se mueve por la orilla de la marea.




Nos invitan a coger un jeep para recorrer la isla (o al menos una parte de ella). Las ca- rreteras, estrechas, son de arena del cercano desierto. Y parte del desierto parece la isla toda con sus montañas y sus calas. Nos vamos al otro núcleo de población al que llaman Las Casas de Pedro Barba, con casas terreras, casi todas cerradas pues es lugar de veraneo de gente acomodada de las islas grandes. Entre las arenas y las lavas vemos pequeñas muestras de vegetación, (con valiosos ejemplares autóctonos) que se nos van apareciendo. Algún pajarillo se deja ver revoloteando entre las aulagas. Vemos cultivadas aquí y allá dos o tres finquitas (cuatro arbustos y poco más) y nos preguntamos cómo las riegan, pues aquí el agua y la electricidad las traen desde Lanzarote por tuberías que van por el fondo marino.

Nos vamos a la playa de las Conchas y enfrente vemos otras islas del llamado Archipiélago Chinijo, que es llamado así por pequeñito: Montaña Clara que parece estar al alcance de nuestra mano, el Roque del Oeste, y Alegranza, que tiene forma de ballena, y que se ve borrosa por la niebla.

De vuelta en La Caleta del Sebo nos bañamos (como no podía ser menos) en la playa de rubia arena y tomamos un malvasía (no faltaba más) con sardinas fritas que sabían a gloria pura en uno de los varios bares junto a la orilla.





A las cinco, después de una magnífica paella y un rato de buenas canciones y música de guitarras regresamos, y fuimos recreándonos en el viaje de vuelta con la impresionante pared del Risco de Famara en Lanzarote y todo lo que el corto paseo nos fue deparando.

Te deseo un buen día.

3 comentarios:

Chelo dijo...

¡Qué envidia! nosotros no pudimos ni verla de lejos por la panza de burra que había. Pasatelo bien.

Oti dijo...

No he estado en La Graciosa, pero sí en Isla de Lobos, en una playa con el agua más transparente que he visto en mi vida, últimos reductos de naturaleza "casi" virgen.

Felipe Tajafuerte dijo...

Solamente pude contemplarla desde el alto del Mirador del Río. Saludos