jueves, 16 de octubre de 2008

En Bach


Hola a todos. Voy a intentar contar mis sensaciones de mi último viaje que esta vez puedo considerar que fue doble: primero por tierras de Francia, que me encantó, y luego ya en España por tierras de la Pilarica. Nuestro destino en el país vecino era un pueblo de tan sólo ciento y tantos habitantes -mayores casi todos- llamado Bach. Nuestra estancia en una casa rural de más de dos siglos de antigüedad con pisos y techos de madera, recios muros, puertas y ventanas preparadas para mantener el calor del hogar y chimenea con el alegre crepitar de las llamas fue acogedora. Cuenta la casa con una mesa rectangular de gruesa madera (obtenida de barricas de vino) capaz para al menos catorce comensales que pueden sentarse comodamente en dos sillas y dos largos bancos sin respaldo de esos que podemos ver en las iglesias. En ella nuestros anfitriones, madame Simone y su hijo Ariel, nos agasajan diariamente con deliciosa comida regada con generosos vinos. ¡Qué descubrimiento el vino blanco de la Alsacia con aroma y sabor irresistible! No faltó la comida francesa como el foie, el paté y el magré de pato o la gallina pintada, y otro delicioso almuerzo típico de Túnez -el cuscús-con agradable vino de este país.

Toma Ariel del huerto, jardín o finca, las hierbas que le sirven para aderezar las comidas: tomillo, laurel, hierbahuerto y romero, o exquisitos tomates dulces y calabaza y otros vegetales. También podemos coger nueces, y las flores, no muchas, pues estamos en otoño, las vemos por todas partes. Movidas por el viento caen las hojas de los árboles formando alfombras de color. El silencio es roto tan sólo por nuestras conversaciones y por el ruido inconfundible de algún coche que de tarde en tarde pasa por la cercana carretera y se pierde a lo lejos. A horas señaladas, las siete de la mañana y tarde y las doce del mediodia la campana de la iglesia llama a la oración.



Nos acercamos al centro del pequeño pueblo: un restaurante, la iglesia (con sillas individuales para los fieles en lugar de bancos), unas pocas calles entre las casas, nada de tiendas... En una esquina una higuera nos invita a coger sus frutos. Pedimos permiso y nos deleitamos con unos higos dulces y frescos que cogemos del árbol. Llevamos algunos para casa con regocijo. Caminamos carretera adelante hasta los lavaderos y por caminos vecinales y encontramos un verdadero tesoro de moras de color negro brillante, grandes y dulces. Están entre las zarzas a lo largo del camino y vamos deteniéndonos para recogerlas y con ellas llenamos una pequeña cesta. El paisaje es asombrosamente bello. Los colores de los árboles van desde el verde en todas sus tonalidades al amarillo y rojizo propios del otoño. Con frecuencia uno destaca del conjunto y nos paramos para verlo con detenimiento. Alguna vez un árbol aparece ya sin hojas ni verdor esperando la resurrección de la primavera.


De la mano de Ariel recorremos los pueblos de los alrededores y nos detenemos en uno llamado San Antolín que es un bello rincón antiguo, de los siglos XI o XII con interesante iglesia y calles y casas que nos llevan al pasado. Pasamos por carreteras con el denominador común de miles de árboles a ambos lados y a veces el río nos acompaña...
Te deseo un buen día. Sé feliz.

1 comentario:

Mayody dijo...

Saludos Angel, hace mucho tiempo que no me introducía en tu blog porque debido a las circunstancias no me he acordado de ti y ahora quiero aprovechar para saludarte y comentarte que me gusta como escribes al igual que tus fotografías.
Y me doy cuenta de que esto del blog lleva trabajo y tiempo, pero aun no puedo o soy capaz de meterme con ello. Espero que pueda hacerlo algún día porque creo que merece la pena.
Un fuerte abrazo de Yolanda de León.