sábado, 18 de octubre de 2008

Zaragoza 1 - La gente

Hola a todos. Habíamos estado anteriormente en dos ocasiones en Zaragoza durante poquito tiempo en esas excursiones programadas en la que se visita un poco de cada sitio. Habíamos visto la Basílica y la Plaza del Pilar, la Seo, el río Ebro y tomado algunas fotos en el puente de piedra que atraviesa el río. En esta ocasión fuímos por varios días para visitar a un familiar y sin proponernoslo coincidimos con las fiestas de la Pilarica que a su vez es el Día de la Hispanidad. Tuvimos tiempo para patear la ciudad caminando con paso de paseo, sin prisa alguna por los alrededores de la Basílica y por otros varios sitios. Como el hotel nos quedaba a una media hora del centro aprovechabamos para ir andando y mientras fijarnos en sus edificios, sus plazas, sus fuentes y sus iglesias. Salíamos bien temprano y regresabamos al filo de la medianoche con lo que el tiempo cundía lo suficiente como para quedarnos satisfechos de nuestros hallazgos. Así en una mañana nos tropezamos con la Plaza de los Sitios que tiene uno de los monumentos más bonitos que he visto. Es sencillo pero con una carga emotiva que cautiva; en lo más alto una escultura de mujer que representa a Zaragoza y a su alrededor, en posiciones más baja, el pueblo y los soldados defendiendo a la ciudad. Se erigió en honor de los heroes y heroinas anónimos y es de una belleza en su conjunto grata a la vista y a los sentimientos.


En esta plaza había una cantidad de casetas (bien colocadas, todas iguales en las que sólo cambian el titular y de color blanco que no desmerecen en absoluto) con venta de productos artesanales, cerámica, manualidades, artículos de vidrio y otros varios con alimentos de la tierra. Era un punto más de lo que fuimos encontrando en la ciudad: Plaza de España y Paseo de Independencia, Plaza del Pilar y otras calles de los alrededores que era un bullir de gente con una presencia grande de mimos y prestidigitadores, de ecuatorianos y de otros países hermanos, de subsaharianos con su color negro y su aspecto inequívoco de inmigrantes, de españoles de raza gitana, de orientales en una amalgama de razas y colores y actividades. Los mimos parecían estatuas en una quietud fija hasta que el sonido de una moneda les hacían sonreír y moverse; quien hacía de Charlot, quien de pistolero, otro de marinero en su barco, una bruja, una joven princesa oriental, aquella ofreciendo manzanas y otra un poco mayor imitando a una vendedora de flores. Había quienes no paraban como el que representaba a un centauro y otro dentro del disfraz de un elefante que movían sus esqueletos en un frenesí imparable llamando la atención de la parroquia. En un teatrillo de un metro y medio de altura alguien imita al gran cantante Louis Armstrong acompañado por cuatro chicas del coro, y en otro un saltimbanqui salta y representa una obra de teatro de risa.

Los ecuatorianos nos ofrecían sus CDs con música relajante de su país; tres indios sudamericanos ataviados con plumas y trajes como animales bailaban contorsionando sus cuerpos al son de una música frenética; los hipies nos ofrecían sus mercancías; una mujer tocaba el violín intercalando melodías clásicas y románticas; los negros nos ofrecían sombreros, pañuelos recuerdos de Zaragoza y algunas figuras de madera; los gitanos corrían al ver a la policía local llevando consigo los grandes globos de colores que ofrecían para los pequeños en una multicolor carrera, y mientras, alguno trataba de limpiarte los zapatos y las mujeres de leerte la buenaventura mientras te daban un pequeño ramo de hojas secas.

Todo dentro de un orden perfecto y sin problemas visibles con una enorme cantidad de personas entre los naturales y los venidos de todas partes. Era el preludio de las fiestas: el anticipo de las ofrendas que pudimos ver y gozar.

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