lunes, 8 de diciembre de 2008

Como las cosas pequeñas

Hola a todos.

Mantengo en mis manos y durante un buen rato un gran libro. Termino de leer su último párrafo y quiero tenerlo conmigo para que me diga su misterio. Su autor, Alberto Méndez, nació en el mismo año en que vine yo al mundo (1941) pero su trayectoria, sus conocimientos, su maestría son superiores a las mías. No me da pereza el reconocerlo. Sus vivencias en el Madrid de la posguerra en que nació, o en cualquier otra ciudad de la península, fueron, seguramente, distintas a mis vivencias. Por ello puede escribir como lo hace y contar lo que cuenta con la seguridad que da el conocimiento. La contraportada del libro dice que en éste se cuentan historias de los tiempos del silencio, cuando daba miedo que alguien supiera que sabías.

No voy a contarte nada más del libro y ni siquiera de la contraportada. Es una novela, ¿o quizá un cuento?, o tal vez unos relatos ficticios que parecen reales o unos trozos de la vida real que parecen que nunca han sucedido. Su título dice bien poco. Su entramado mucho. Posiblemente mucho más de lo que muchos quisieran.

De este libro se ha hecho una película que, por mi costumbre de no ir al cine, me he perdido. Y no lo lamento porque pienso que las palabras que describen sensaciones y miedos, amores y desengaños, son para ser leídas en silencio. Ahora sí quisiera verla y visionar las imágenes una a una para, a través de ellas, ver la amargura de la guerra. De unos y de otros: de los vencedores y de los vencidos. De los ganadores y de los rendidos.

El título del libro es sencillo como las cosas pequeñas: Los girasoles ciegos. Intenta, por favor, leerlo.

Te deseo un buen día y una feliz Navidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No he leído el libro, pero sí vi la película. Da la impresión de estar contemplando cómo una araña atrapa a una mosca en su red. Me encantó el actor que encarna al cura. La peli no es una maravilla, pero sirve para dar gracias por vivir en libertad y compadecer a los que sufrieron los tiempos del silencio, ¡que miedo!
Saludos, Oti.