Si te vienes a La Palma y quieres hacer una excursión de la que luego puedas vanagloriarte; si al terminar no te importa pensar que lo que acabas de hacer es una locura con mayúscula; si quieres pasar por una docena de túneles o pequeñas galerías con el murmullo del agua al lado, con linterna para ver donde pisas y medio agachado para no darte coscorrones continuamente en la cabeza; si quieres bajar por un profundo barranco saltando durante un largo trecho por grandes piedras del fondo como si fueses una cabra; si te gusta contemplar la naturaleza pasando por en medio de pinos y de laurisilva y de monte bajo, entonces, vente a los nacientes de Marcos y de Cordero.
Para hacer el recorrido nos fuimos en primer lugar, en guagua, al pueblo cumbrero de Sauces y desde aquí nos trasladamos en taxi hasta Los Tilos. Desde este bello lugar y después de una espera para que llegaran otros excursionistas nos llevaron en un 4X4, en un recorrido de 50 minutos de ascensión por una empinada y sinuosa carretera -al final una pista de tierra en la que el vehículo daba tumbos- hasta la Casa del Monte, sitio desde donde debíamos empezar la pateada.
El camino hasta los nacientes está muy bien señalizado y al poco nos encontramos con la primera galería (y para no ser muy prolijo diré que con las restantes una detrás de otra), y empezó la aventura. Alguna galerías son cortas y altas. Otras más largas -la mayor de 300 metros- y tan bajas en algunos tramos que llevas el peligro de dejarte los cuernos en ellas. Haría falta un buen casco de minero o en su defecto un buen cachorro, porque claro, si inclinas la linterna para ver el piso, el techo se queda a oscuras. Nada grave, desde luego. En una de ellas, si no vas protegido por un chubasquero o al menos por una bolsa de plástico, te mojas irremediablemente. Y aún llevándolo, el agua que se filtra de la montaña, te da la sensación fresca de una buena ducha...
Nada de ello recuerdas cuando llegas al naciente de Marcos porque el espectáculo bien que merece la pena. Brota el agua con fuerza de la ladera y se precipita por la acequia que la conduce no sabemos a donde. El color blanco de la espuma que produce el agua contrasta con el color ocre de la tierra y el verde de la vegetación, y la sensación al beber el agua fresquita es irrepetible.
Menos caudal brota del naciente de Cordero, al que llegamos después de una subida de un centenar de metros, pero el sitio es igualmente hermoso y acogedor. Aprovechamos aquí para reponer fuerzas con un buen bocadillo y fruta, y comenzamos el descenso del barranco. Puedes ir de prisa si te lo permite el cuerpo o despacio si la cámara fotográfica quiere saltar sola para captar bellas instantáneas. Quitando el trecho en que las piedras dificulta el paseo, éste resulta reconfortante. No obstante, se debe ir en un pequeño grupo -nunca solo a mi entender- porque si ocurriera un accidente no sabes cuando vendrán a sacarte, y además, en estos parajes no hay cobertura para el teléfono móvil.
Mucho me temo que no habré dado con la tecla exacta para describir la bondad de lo que hemos visto y lo lamento. Quizás sea porque la belleza de la Naturaleza necesita mejor pluma que la mía.
Te deseo un buen día.
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