domingo, 11 de mayo de 2008

De guaguas y guagüeros

Hola a todos. Pancho Guerra, en el cuento que lleva por título "De cuando Pepe Monagas viajó en la guagua carraquienta de Agustinito el Majorero", nos da conocimiento de cuando Agustinito se vino de Fuerteventura a Las Palmas y buscando formas de ganarse los garbanzos dice a Estéfana, su mujer: "Voy a comprar un fotingo, le pongo sus asientos ¡y a oldeñal! ¡Chica vaca, too el día p'allá y p'acá, sacando perras!


Mucho tiempo ha pasado desde que las guaguas eran propiedad de cada quisque y las nuevas generaciones no han tenido la oportunidad de conocerlas tal como eran entonces. Ni por supuesto saben del antiguo cobrador que acompañaba al chófer, ni del artilugio que éste usaba para el cobro; era éste como una maleta de hojalata que se abría tal que un libro por las dos partes y que en su interior, cogidos con un elástico, iban las ristras de los tickets. Porque los precios eran variados como los trayectos, no como ahora en que pagas lo mismo por los cuatro metros entre dos paradas, que por el total del recorrido desde Las Palmas al Puerto. Los tickets eran unos pedacitos de papel del ancho del dedo meñique y largo como dos falanges, finos casi como el papel de fumar, donde venía, además de otras cosas, el importe: diez, quince, veinte céntimos de peseta. No existía el timbre eléctrico, y para pedir parada había que tirar de una cuerda en el techo, y además se usaba el grito de 'Completito, apáreme en la esquina'... Completito no era el nombre del conductor, naturalmente, pero como siempre iba diciendo, -cuando la guagua estaba llena-, aquello de '¡completo!', pues eso, la gente lo bautizaba.


En nuestros días las guaguas forman una Empresa Municipal y yo me pregunto si es un servicio público o es una empresa para seguir con "el oldeño". Bromas aparte, leo que las guaguas siempre tienen déficit de muchos millones y pienso que debe ser un galimatías el combinar los servicios de las líneas a tantos barrios como tiene Las Palmas. Pero claro, según le vaya a cada cual, las guaguas pueden ser una desgracia o no, porque, esperar cuarenta y cinco minutos en horas de la noche para coger la que uno necesita, para ir a su casa a dormir; o ir en una con viajeros como sardinas en lata, sobre todo en verano con las ventanillas propias de un país frío; o ver pasar en la parada a dos guaguas seguidas de la misma línea sin que venga la que tú esperas, es para desesperar a cualquiera.


Otra cosa son los guagüeros. Creo que los contratan atendiendo principalmente a su buena educación y a su amabilidad (salvando, claro está, algún que otro mal día que pueda tener alguno, como a todos nos pasa). Llevo cogiendo la guagua de fijo desde hace cuatro años, ¡con bono de pago y no gratis! y veo que el conductor me contesta amablemente cuando les doy las buenas horas; que está pendiente del pasaje hasta que la señora con bebé o la persona mayor se acomoda; que vigila por los retrovisores -seguramente hacen un curso especial para dominar tantos espejos- a quienes suben o bajan; que conducen sin tirones ni frenazos bruscos siendo consecuentes en suma con el trabajo que realizan. Por eso, yo pido para ellos, en colectividad, el Premio Canarias al Buen Trato al Pasajero.


La juventud tampoco llegó a conocer la guagua de dos pisos, (hoy tenemos la turística con el cielo por techo, pero es otra cosa). Las trajeron de Inglaterra y no dieron el resultado que de ellas se esperaba. Hoy tenemos vehículos cómodos, con cintos para amarrar los cochecitos de niños pequeños, e incluso algunas vienen con piso corredizo para permitir el acceso a los de personas discapacitadas, y además tenemos las guaguas artículadas que a mí particularmente no me gustan. Ya no son fotingos carraquientos como el de Agustinito, -tienen dirección asistida-, ¿que te crees?.

El de Agustinito, que iba con frenos 'resbalosos' como si tuvieran jabón, al frenar recorría un buen trecho más allá de la parada, lo que obligó a decir a nuestro Pepe Monagas, cuando iba por el Parque de San Telmo hacia el Teatro, aquello de "A mí me apara frente a los Espejos, que me tengo que quear en la Plasa..."



P.S. ("Los Espejos" era un bazar a mitad de la calle de Triana).


Te deseo un buen día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Pasaba de todo en la guagua, cuando todo el mundo se conocia!: el típico borrachín (que raro, ya no se ven tantos por la calle) que se caía aterrizando el el pasillo cuan largo era, el saco de papas que se desfondaba (le pasó a uno que yo conozco), y a mí, incluso, se me fue desenvolviendo una batería de cocina de dos pisos que compré en Triana y llegué a mi casa con todos los calderos a la vista, ¡ja, ja, ja!