lunes, 8 de noviembre de 2010

Colillas

Hola a todos.
Estoy en el parque sentado en uno de mis bancos preferidos. Pancho a mi lado cierra los ojos y parece dormir complacido sintiendo la media docena de gotas de lluvia que le mojan el lomo. Yo miro sin ver lo que veo cada día. Estoy ausente y aun no he encendido la radio para escuchar las noticias últimas o los comentarios, festivos unos, graves otros, de los habituales en radio nacional. Pancho se agita al paso de un perro con su dueña y yo vuelvo al día. Miro sin interés y veo como siempre el césped bien cuidado, los árboles frondosos, las canchas deportivas, y a un lado y al otro los edificios hoy nublados pues la mañana está sin sol. Casi sin darme cuenta veo ¿por primera vez? las colillas en el suelo y empiezo a contarlas: una, dos, tres... siete, ocho, nueve; paso de la decena y llego a veinte, a treinta, a cuarenta.

Para entonces el gusanillo de la curiosidad me ha despabilado y siento interés por saber cuantas hay esparcidas junto al banco y un poco más allá. Casi todas son colillas bien apuradas o bien el tabaco se consumió por si sólo hasta que la lumbre se apagó, en otras queda todavía parte del papel y del denostado tabaco. Las hay con muestras de carmín indicando que era fumadora quien saboreó del cigarrillo; otras parecen haber pasado por los labios sin sufrir mientras algunas tienen muestras de haber sido mordidas por un fumador impaciente. Unas pocas son de ayer, estoy seguro, pero las más han sufrido el rigor de algunos inviernos y el calor de muchos veranos en este sitio desde que fueron arrojadas. Sigo contando y llego al centenar, y paso: ciento quince, ciento dieciséis... Ya me impaciento y quiero llegar hasta el final de la cuenta. Estoy nuevamente fuera de mí y ni siquiera hago caso de Pancho que ladra: ciento ochenta y dos, ciento ochenta y tres... Y así hasta las doscientas setenta y ocho pobres, escachadas, indiferentes, y libres de toda culpa, mis amigas las colillas.

Cuando termino el conteo exclamo sin poder aguantar mi asombro y con una especie de rabia contenida: ¡Coño! Ahora entiendo el porqué tenemos una ciudad tan, tan, pero que tan sucia. ¡Mejor les diera vergüenza!

Te deseo un buen día.

1 comentario:

Felipe Tajafuerte dijo...

¡Y si fueran solo colillas! Hay personas (?) que son de un guarro subido.