lunes, 24 de marzo de 2008

Roquito y su abuelo

Hola a todos. En mi opinión Martín Fierro , gaucho de las tierras argentinas y uruguayas, bien podía haber sido el abuelo de Roquito. Este personaje literario del poeta José Hernández que, según me dice mi amiga 'wiki', es un poema épico popular, debió inspirar en más de un momento a mi compañero y amigo. Roquito podía en cualquier momento de la conversación salir con una sentencia o unos versos y empezar diciendo "como decía mi abuelo..." y te quedabas con ganas de saber si efectivamente su abuelo decía frases tan ingeniosas. Por ejemplo podía decir éste u otro poema:




Los hermanos sean unidos
pues ésa es la ley primera,
tengan unión verdadera,
en cualquier tiempo que sea,
pues si entre ellos pelean
los devoran los de ajuera.


A Roquito -Arencibia es su apellido materno y es como lo llamábamos- le conocí cuando empecé a trabajar en DISA y él llevaba ya algunos años. Aquellos años primeros parecía Roque una persona huraña, reservada, sin muchas ganas de conversación; le recuerdo calzando botas en lugar de zapatos sin tener yo idea del porqué de aquella costumbre. La imagen que de él tenía fue cambiando y con su corazón noble acabó siendo amigo de todos los compañeros. Luego los recuerdos se van haciendo más nítidos y lo veo en el bar Texa o en el bar Sol en Schamann, donde vivíamos, echándonos unos pizcos de ron antes del almuerzo como grandes hombres. En este tiempo me llamaba 'Padre Sosa' porque era cuando yo estaba en las Juventudes de Acción Católica haciendo apostolado. Y me parece que fue ayer cuando nos fuimos él y yo por Tamaraceite hasta la montaña de San Lorenzo, por medio de plataneras, donde casi nos perdemos a la vuelta. De este paseo son las fotos que publico una de Roquito junto a la Cruz en la montaña y otra en medio de unas ovejas, aquí al ladito de Las Palmas. En la oficina encendía con parsimonia su virginio, Mecánico blanco creo, y fumaba con deleite gastando más mechero que cigarrillo pues éste se le apagaba varias veces en el cenicero.





Era Roque dado a recordar sus años en el Colegio Arenas de Alcaravaneras donde se educó y al que tenía en mucho aprecio. Hombre recto, trabajador honrado, no concebía el trabajo mal hecho y se afanaba porque todos tuviéramos su punto de vista sobre esta cuestión. No fue muy asiduo a las salidas en grupo y eso que su gran afición es la música, siendo un tocador excelente de la guitarra con la que pasa horas enfrascado en perfeccionar su técnica. Algunas veces sí salió con el resto de compañeros cuando íbamos con las familias al campo. Había nacido tanto él como su esposa en el bello pueblo de Firgas y a éste iba con mucha frecuencia a visitar a su madre y familiares. Recuerdo, cuando con su cara hierática, me anunció que se casaba años después de la ley del divorcio. Quedé de una pieza. ¿Eran bromas suyas o había roto el matrimonio y se casaba por segunda vez? La solución era bien sencilla: iba a celebrar su bodas de plata y nos invitaba...

Poco antes de su jubilación entró como becario en la oficina un joven de nombre Amado y desde entonces y hasta hoy, Arencibia, que pasa con regularidad a visitar a viejos y nuevos compañeros, le dice aquello de la canción de la película Gilda: "Amado mío, te quiero tanto..." Para su jubilación tuvimos un almuerzo de despedida en un restaurante de Las Palmas al que no faltó nadie y le hicimos unos presentes en prueba de nuestro cariño. Dijo unas emocionadas palabras que no recuerdo pero que muy bien pudieron ser una de estas dos estrofas:

Aquí me pongo a cantar,
al compás de la vigüela
que al hombre que desvela
una pena extraordinaria,
como el ave solitaria
con el cantar se consuela.


Él anda siempre juyendo,
siempre pobre y perseguido,
no tiene cueva ni nido,
como si juera maldito,
porque el ser gaucho... barajo!
el ser gaucho es un delito.

P.S. De la obra de José Hernández, Martín Fierro.


Te deseo un buen día.








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