Hola a todos. En mi deambular por las calles de Vegueta tropiezo en alguna esquina con una tienda a la antigua usanza. Aquellas tiendas que de niño teníamos en todos los barrios y que van desapareciendo ante el imparable avance de los supermercados. Tienen, o tenían, un mostrador de madera y de vidrio para dejar ver las mercancías, unas altas estanterías hasta casi el techo con muchas botellas en sus anaqueles, -se usaba un palo largo con unas pinzas para coger las más altas-, unos sacos abiertos enseñando garbanzos, judías o lentejas a los posibles clientes, un espacio para el pan, otro para el azúcar blanco, un surtidor para despachar el aceite a granel y cerca de éste, otro para el petróleo. No faltaban los tarros de cristal puestos unos encima de los otros con las tapas preparadas pasar sacar caramelos y pastillas. Ni en una esquina las escobas, los ceretos y otro útiles de limpieza. De las tiendas que van quedando ¡qué poquitas que son! los surtidores y bidones se van cambiando a congeladores para helados, los caramelos a dulces, y los chismes de limpieza a jabones finos y geles de baño. Pero no importa: el espíritu sigue vivo y los dependientes -seguramente los propios dueños- dan una atención personalizada y sin carreras.
En los supermercados grandes las cosas son distintas. Falta la sensibilidad del trato persona a persona. Coges tu cesta o carro para la compra, recorres metros de pasillos esperando encontrar lo que buscas, te encuentras aquello que no te interesa pero que te engancha, compras lo que quieres y lo que no, y, al final, te pones en una de las cajas que siempre están con cola para hacer el pago. Aquí vienen entonces las prisas. Él o la cajera pasa con movimientos repetidos cientos de veces los artículos por el lector de códigos de barras, los artículos son impulsados al recogedor y tú, intentando ser tan rápido como quien te atiende, tratas de abrir una bolsa de plástico en la que empezar a introducir la caja, la botella o el paquete. No sé por qué pero, siempre, siempre, la bolsa la intentas abrir por el lado contrario y quienes están en la cola te miran con ojos en los que se leen lo que piensan: qué torpe, qué torpe...
Mi visión como ves es desalentadora y quisiera volver atrás en ésta como en otras muchas cosas. Por ello, cuando puedo, voy a pasear a Vegueta y me dejo envolver entre sus calles por el sosiego de las viejas tiendas.
Te deseo un buen día. Sé feliz.
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