sábado, 27 de septiembre de 2008

Me rindo

Hola a todos. Lo siento, me rindo. Me rindo de verdad, porque, aunque todas las musas bajasen del Parnaso a ayudarme. no creo que con mis torpes palabras pueda yo contarte lo que he visto. Ha sido un espectáculo extraño, distinto y lejano al que no estamos acostumbrados -perdona que te incluya en mi apreciación- porque nos ha venido de un país tan distante y extraño de nosotros, Taiwan, allá en el extremo oriente, como lo es la cultura milenaria china. La danza, porque de danza se trata, es en casi todos sus cuadros un canto a la lentitud, a moverse con movimientos lentos, lentísimos, que inducen a pensar que el tiempo se detiene ante la mirada de los espectadores, y, sin embargo, la sucesión de los cuadros se hace por el contrario con tal vertiginosa rapidez que no sabemos cuando acaba uno y comienza el siguiente. Y el silencio. Porque el silencio llega a ser compañero inseparable de la danza en muchas de las situaciones, tanto que, durante mucho tiempo, sólo se oye alguna tosecilla fruto del incienso encendido y en la sala, y sobre el escenario, el silencio es tal que bien pudiera oírse, si la hubiera, el aleteo de una mariposa. Y de pronto, como un mazazo, el profundo sonido del tambor, con un golpe sonoro de ultratumba, nos hace levantar de nuestros asientos.

En la obra, a través de ritos propiciatorios el alma humana se purifica, repele a los espíritus del mal y ofrece su cobijo a los espíritus de la suerte. Consta de doce pasos o episodios, cada uno con escenas variadas, en los que la luz juega con la obscuridad para dar el ambiente propicio de recogimiento. En un paso, en donde los danzarines se libran de la quietud casi perfecta, los espíritus luchan para quebrar la orilla de la vida. En otro, se enciende la lámpara para conducir a casa a los espíritus caprichosos. En el primero se purifica el escenario, y en el último, como símbolo de extinción la casa de la vida queda arrasada, (por el fuego) para despejar el terreno para una nueva vida.

Delicioso espectáculo -Legend Lin, Miroirs de vie (Espejos de vida)- con el que el Teatro Cuyás en Las Palmas abre la temporada. Lleno de riquezas en los símbolos, en el silencio y en la música, en los sonidos del tambor y del gong, en la quietud y en los movimientos milimétricos, en el vestuario y en las pinturas de los bailarines, en la diosa y en el brujo...

Te deseo un buen día. Se feliz.


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