lunes, 14 de julio de 2008

Bocadillos de sardinas

Hola a todos. El servicio militar pasó por mí como el rayo de luz por el cristal sin romperme ni rasgarme. La 'mili' era obligatoria para los mozos varones o podía ser voluntaria. Entendámonos: voluntario ni a comer, se decía, pero si no hacías la 'mili voluntaria', generalmente en Aviación, te podían mandar a Hoya Fría en Tenerife a hacer el período de instrucción y luego a cualquier isla distinta de la tuya, o a África en las provincias españolas del Sáhara, El Aaiún, Sidi Ifni o Cabo Jubi -en algún puesto metido en pleno desierto-, o a lo mejor te mandaban a la Península o a las plazas de Ceuta o Melilla. Así que, los que por alguna razón queríamos quedarnos en Gran Canaria, teníamos la opción de entrar en el cuerpo de Aviación, ejército más nuevo, más simpático (supongo), menos bregado, con un tiempo de servicio mayor, compensado por poder ir a casa con el célebre 'pase de pernocta' a dormir. Así que el período de instrucción en el que yo participé con no sé cuantos reclutas más lo hicimos en Gando, en unos terrenos y edificios que al parecer fueron construidos para Lazareto en tiempos de peste en la isla, y que sirvió como campo de concentración para prisioneros de guerra en tiempos de la contienda que enfrentó a españoles contra españoles en 1936-1939.

No existía entonces la actual autopista al Sur y para llegar al Lazareto nos llevaron por la carretera que pasaba por Telde. Nos pelaron al rape, o muy cortito, nos dieron uniforme de salida y mono de trabajo y nos llevaron a los barracones en donde estaban las literas. Recuerdo a un recluta, fuerte él con musculatura de gimnasio, que llevaba una maleta grande en la que tenía pintada una calavera como símbolo externo de que nadie tocara sus pertenencias. Recuerdo asimismo los entrenamientos para conseguir que marcáramos el paso todos al mismo tiempo siguiendo el ¡un dos!, ¡un dos!, del cabo o sargento correspondiente. Parece que fue anoche mismo cuando tuve que fregar cacharros y más cacharros tras la cena en una noche en que me tocó tal oficio, y el recoger de papeles, basuras y colillas en los espacios entre los edificios con el viento que hace en esta zona de fijo, y claro, también me acuerdo de cuando nos hicieron subir corriendo por la ladera de la montaña que está en la península de Gando. Nada grave por otra parte. Fuimos un día a la zona militar del aeropuerto a bañarnos en la pequeña playa reservada para oficiales, y en las pistas tuvimos que trabajar alguna que otra vez para su construcción acarreando carretilla, piedra o lo que fuese.


Desde el primer sábado me dieron permiso para ir a casa. teníamos eso sí que saber saludar y tener el uniforme a punto y las botas bien brillantes. ¡Qué buenas botas usted las que nos daban con el uniforme! Tras la Jura de Bandera fui destinado a Las Palmas durante un tiempo a la Escuadrilla de Honores. Seguramente tenía yo buen porte aunque era flaco como un pejín pero a lo mejor daba el tipo contra tanto peninsular que venía con estatura bastante inferior a la mía. Con la Escuadrilla, aparte de un paseo de madrugada -despertándonos con toque de zafarrancho- que nos dieron saliendo del acuartelamiento en el Paseo de Chil y regresando al mismo después de dar la vuelta por Tamaraceite (unos veinte kilómetros, quizás); participé en guardar calles en la procesión del Corpus y en alguna otra -en ese entonces se usaba tal costumbre: los soldados, todos guapos con uniforme de gala, colocados uno casi a lado del otro en las aceras para rendir honores, y también me llevaron a desfilar a recibir y despedir al entonces ministro de Industria que era un general cuyo nombre no me viene a la cabeza.


Luego en Combustibles, en labores de oficina, que no me libraba de tener que llenar, dándole a una manivela de surtidor manual, los sedientos depósitos de gasoil de guaguas que debían tener estómagos como Gargantúa pues no se llenaban nunca. De las 'imaginarias' (guardias nocturnas) si me libré, pues los afortunados canarios que seguíamos en nuestros trabajos ganando un sueldo, podíamos pagar a los soldados peninsulares por hacer el servicio por nosotros, práctica permitida o al menos ignorada por la oficialidad. Habían dos, gallegos ellos que hicieron su agosto; y había uno, no sé de que región, que tenía aversión al agua y no se bañaba ni que lo mataran. Para ello -además de las duchas- contábamos en Combustibles y Transmisiones del pequeño muelle que permitía zambullidas en el agua de la marea. Me las perdí yo entonces por no saber nadar. Un recuerdo cariñoso para los oficiales Comandante Mauro y tenientes Vilariño e Iglesias, joven éste recién salido de la Academia, y para los suboficiales sargentos de primera Sosa y Peña es de obligado cumplimiento.


Y un recuerdo sabroso para paladar, vista y olfato el de aquellos bocadillos que comíamos a media mañana en la cantina de Transmisiones, medio pan, de los grandes panes de Aviación (ricos donde los hubieran) con apetitosas sardinas con aceite, -dentro del 'chusco'-, que eran una bendición de Dios.


Te deseo un buen y opíparo día.

1 comentario:

Unknown dijo...

Como siempre que sacas del baúl de los recuerdos, ese que tienes tan cerca de tu corazón, nos llenas de emosiones, las transmites y nos las haces vivir.

Me encanta como transmites esos sentimientos, esos recuerdos haciendonos partícipes de tanta emoción. Gracias.